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Evaluar el aprendizaje ha sido tradicionalmente un proceso polémico y complejo, principalmente porque sus fines han sido desvirtuados por los propios maestros que la llevan a cabo. Permeado por la naturaleza humana de la práctica docente, ha sido utilizada como medio de desquite ante la indisciplina y la falta de compromiso por parte algunos alumnos o como vía para recompensar la dedicación y el Buen comportamiento de otros, esto, aún a pesar de que la normatividad explícitamente lo prohíbe. El momento de la evaluación ha sido investido a lo largo de la historia de la educación, con el velo de la amenaza; y a su puesta en práctica casi siempre a través de instrumentos cuantitativos, se le ha dado más importancia que a todo el proceso de enseñanza-aprendizaje, como si no se tratara del medio a través del cual se obtiene información valiosa y relevante para tomar decisiones que lleven a la mejora. En el enfoque por competencias, la evaluación del aprendizaje cobra otra dimensión, es parte inherente de la misma práctica y se hace explícito desde el momento mismo del diseño de situaciones didácticas, se conviert